Un camión se acercó a la casa. En la parte trasera estaban mi padre y mi madre. Corrí hacia la puerta, la abrí y salí corriendo al patio. Mi padre me tendió una bonita cajita con una sonrisa.
Me hizo saltar el corazón. Y con las manos temblorosas empecé a rasgar el brillante lazo. Levanté la tapa de la caja y allí estaba la muñeca.
Pelo azul, con un lazo rojo en la cabeza, vestido elegante, todo con volantes, zapatillas blancas en los pies. Incluso podía cerrar y abrir los ojos, como si estuviera saludando.
“Y ésta debes dársela a tu hermana”, dijo su padre, y le entregó otra caja.
Y así, con dos muñecas en la mano, corrí hacia la entrada y me detuve.
Decido mirar en la segunda caja. Me siento en los escalones y desato el lazo. Abro la tapa. Y ahí está la misma muñeca. Y el lazo es el mismo, y el vestido. ¡Sólo que el pelo es rosa brillante! ¿Te imaginas?
¡Acabo de ver mi sueño!
Saco esta obra maestra de la caja, tomo las dos, apretadas contra mi pecho. Y la del pelo rosa, un poco más fuerte.
En ese momento, la puerta del piso de arriba se abre.
– ¡Hermana!
Corro a poner la muñeca en su sitio. Le pongo la tapa y tiro de la cinta del lazo.
– “Y esto es para ti de parte de papá”, digo y le entrego a mi hermana la caja.
Sólo que la de la muñeca no es la que yo soñaba…