El embarazo de Alice no iba bien. Se desmayaba a menudo y corría a los médicos. Mientras estaba sentada en la sala de espera, por alguna razón recordó a su ex marido. El pasado le producía escalofríos. Aquel matrimonio fue un infierno para la chica, pero intentó mantener la familia unida hasta el último momento. Era una pena que su juventud se hubiera desperdiciado…
Fue a la escuela con Adam. Empezaron a salir en el 11º curso y dos años después se casaron. Adam siempre hablaba de amor, pero Alice sentía que no era sincero con ella. Era como si ella tirara de todo por su cuenta.
Tenía que obligar a su marido a ir a trabajar, a alquilar un apartamento, a conseguir algo. No quería decidir nada por sí mismo. Adam era el típico niño de mamá, acostumbrado a tomárselo con calma. Después del trabajo no corría a casa, sino a su madre.
– Me echa de menos”, se excusaba ante su mujer.
Alice se dio cuenta de que su suegra era la tercera extra en su matrimonio, lo que lo estropeaba todo. Soñaba con tener un hijo, pero su marido se oponía. Ahora da gracias a Dios por no haberle dado un hijo a Adán.
Cada año aumentaba el número de agravios.
– Mi madre lava mejor los calcetines blancos.
– Mi madre cocina todos los días y no calienta la comida.
A Alice le molestaba esto. Al principio guardó silencio, pero un día su paciencia llegó a su fin. Su marido llegó a casa del trabajo, comió un plato de sopa de remolacha fresca y dijo:
– Pregúntale a mi madre cómo hace el borscht. ¡Sabe mejor!
Alice le dijo todo a Adam, empacó sus cosas y se fue con sus padres.
Cinco años después se casó por segunda vez. Su segundo marido es todo lo contrario a su primer marido. Y Adam sigue viviendo con su madre, come su delicioso borscht y no se molesta.
Aquí llega el turno…