La conversación con un compañero de viaje al azar en el tren comenzó como de costumbre sobre nada. Y entonces me pregunta:
-¿Tienes alguna mujer soltera en mente? Con un apartamento o una casa. Puedo hacer de todo en la casa. He sido carpintero toda mi vida…
-¿Por qué querrías eso? – me pregunté. Miré al hombre más de cerca. Parecía tener unos 70 años, con sobrepeso y el pelo canoso. Vi que su camisa no era del todo fresca, y unos viejos pantalones deportivos. Francamente, la primera impresión que me dejó no fue muy buena.
-Sí… quiero conocerlo. Tal vez podríamos juntarnos y vivir juntos. – No dijo nada. Y luego dice:
– “No creas que quiero sentar cabeza y vivir de la nada. Tengo una buena pensión. Todavía puedo ayudar en la casa, y también puedo hacer algunas tareas domésticas. En mi vejez me gustaría encontrar una mujer para apoyarnos mutuamente hasta el final.
-¿Te sientes solo? ¿No tienes ningún pariente? – pregunté, y él volvió a quedarse callado y dijo:
-Sí… Voy de camino desde la casa de mi hijo menor… …a la de mi hijo mayor. Llevo tres años viajando. Aquí y allá… Vivo en el garaje en el verano. No quiero estorbarles.
Mi mujer y yo vivíamos bien. Teníamos todo: un apartamento, una buena casa construida después – un carpintero. Gané dinero para un coche, compramos un Zhiguli de cuatro plazas.
Mi hijo mayor terminó el instituto y decidió casarse. Mi mujer y yo consultamos y le dimos un apartamento. Y al hijo menor, que tenía diez años menos, le prometimos una casa. Esperábamos que algún día se graduara y viniera a vivir con nosotros. Viviríamos juntos. Terminó sus estudios y se fue a otra ciudad. Le dieron un apartamento de una habitación como joven especialista. Luego se casó y tuvo un hijo. Mi mujer y yo le ayudamos: qué familia más joven.
Diez años después, mi mujer enfermó y se acabó. Ella se fue… Me quedé solo.
Entonces llega el hijo menor y me dice: “Padre, tú y madre dijisteis que me daríais una casa. Han pasado muchos años y sigo viviendo en una habitación y media con mi familia. Queremos un segundo hijo. ¿Dónde podemos ponerlo? No tenemos suficiente espacio. Vamos, vende la casa. Nos lo prometió a mí y a mi madre.
Por supuesto, yo estaba muy molesto. Pero tiene razón. El mayor tiene vivienda, ¿y el menor tiene que esperar mi muerte? Cuando será, no lo sé.
Así que vendí la casa. Le di el dinero. Pero me quedé con el dinero para un pequeño garaje, allí guardo mi coche, y ahora me gano la vida en verano. Cuando hace frío, me voy a uno u otro durante uno o dos meses. Pero veo que estoy en el camino. Y mis yernos no me esperan, refunfuñan. Y mis hijos no quieren escándalos.
Una vez me junté con una mujer de nuestro pueblo. ¡Era tan rencorosa! Todo lo que hago está mal. Me levanto mal, me siento mal. Como demasiado, me lavo poco, y si lo hago más a menudo, desperdicio mucha agua. No es mi mujer, con la que vivimos desde hace 46 años… Vuelvo a mi garaje. Mientras sea verano… Y para el invierno, ¿a dónde? ¿No hay ninguna mujer a la vista?
Lo miré y mi corazón se desgarró de lástima. Vivió hasta una edad avanzada, crió a sus hijos y se quedó sin techo. Pero no era un holgazán, trabajó toda su vida. Y se quedó solo…