El primer sábado de febrero es el tradicional día del reencuentro. Durante años he evitado estos eventos, pero el año pasado, en el mercado, una mujer gorda me tiró de la manga de la chaqueta:
– ¡Hola!
– Hola…
– ¡¿No te has enterado de a quién estabas engañando?!
– ¿Sarah…?
– ¡Gracias a Dios! Este año se cumplen veinte años de la graduación y por fin podemos verte…
La compañera de clase claramente no estaba acomplejada por su voluminosa figura, continuando a soltar todo tipo de tonterías. Ella estaba en el grupo de planificación de la fiesta, y me tomó la palabra para venir a la reunión. No se limitó a las palabras, sino que anotó mi número de teléfono y me amenazó con vigilarme personalmente. Luego, con un beso en la mejilla, la tía Sarah se despidió, y yo me quedé un rato de pie, confundido, mirando a una mujer que retrocedía, tan distinta a la Sarah-caramelo, que todos los chicos miraban.
Tuve que cumplir con mi palabra, porque Sara realmente me controlaba, llamando cada dos días, informó que venía de fuera de la ciudad, y cuando pidió transferir la “cuota” para la cena en el restaurante en su tarjeta, me di cuenta de que el camino de vuelta se corta …
Como sospechaba, el encuentro fue todo un calvario, al menos para mí. Compañeros de clase fuertemente cambiado coquetamente sonrió a los cumplidos de los compañeros de clase, la mitad de los cuales no podía reconocer, como lo hicieron a mí, tuvo que presentarse, y luego sorprendido y también erupción con los cumplidos, a fin de no “caer fuera de la línea.
Después todo fue tradicional. En la mesa cada uno por turno contaba brevemente sobre sí mismo, todos trataban de contar sus logros al público, nadie se acordaba de sus errores, tal vez no era lo correcto. Repasaron la rutina escolar, recordaron a los profesores, todos juntos dijeron “¡gracias!” a los presentes en la reunión. Naturalmente, todos los enfrentamientos escolares, tanto con los profesores como con los compañeros, fueron vistos de una manera completamente diferente.
A las tres horas de la reunión, me di cuenta de que no encontrábamos temas de los que hablar. Todos los momentos memorables habían seguido su curso, sus “hazañas” también, y el vacío comenzó a llenarse con brindis más frecuentes.
Entre brindis y brindis había una discoteca en la que los tíos y tías casi cuarentones intentaban ponerse al ritmo de la música. Algunos lo consiguieron bastante bien, pero la mayoría tenían un aspecto bastante triste, y alguno estaba sentado en una silla y media, sin poder apartar la vista de la comida de la mesa…
Todo terminó bien, sin incidentes, aunque todavía había que subir a tres al autobús que se pidió para los “escolares”.
Al día siguiente no quería recordar el suceso, y para ser sincero, no quería llamar a mis compañeros…
Me prometí a mí mismo no ir a más reuniones de este tipo, ni siquiera a las de aniversario. Me basta con hojear el anuario escolar e intercambiar felicitaciones en las redes sociales. Por supuesto, si necesito ayudar a alguno de mis compañeros en su línea de trabajo, le ayudaré, ojalá, como ellos a mí, pero la comunicación regular es mejor excluirla.
No volveremos a aquellos años escolares, por muy atractivos que nos parezcan desde la distancia, es mejor vivir en los tiempos actuales, comunicarnos con los compañeros y conocidos actuales, fácilmente reconocibles en la corriente de transeúntes…