María tenía ya 60 años. Ya era hora de jubilarse, pero no tenía prisa. Ese día terminó su turno, se cambió de ropa y se fue a casa. Llovía mucho, pero no tenía paraguas. Se puso la bolsa sobre la cabeza y se dirigió a la parada del autobús. De repente, oyó el llanto de un niño, y había un bebé tumbado en un banco, de un par de días.
Cogió el paquete en brazos y empezó a calmar al bebé. Una mujer volvió corriendo al trabajo, porque el bebé estaba empapado. Llamó a un pediatra a la sala de urgencias para que examinara al expósito.
– Es un niño. Tiene dos semanas. Es un niño sano. No sé por qué lo abandonaron. Hay que querer y mimar a un niño así”, dijo el médico.
La mujer decidió quedarse en la guardia nocturna, de todos modos no se habría dormido. En ese momento llegó la policía, había que declarar. Y todo el tiempo María estaba ocupada con el bebé: no lo dejaba salir de sus brazos.
Dos horas más tarde, un destacamento de policía regresó con un joven matrimonio. La chica estaba llorando y el chico apenas podía mantenerse en pie.
– Muéstranos al niño abandonado. Tal vez sea nuestro,- dijo la chica.
Se pusieron la túnica y fueron a la sala de niños. Ella vio a su hijo y rompió a llorar. Su madre le abrazó y no quiso dejarle marchar. María no entendía nada. Entonces el inspector le explicó todo:
– Sara y Robert se habían conocido a escondidas de los padres de ella, porque estaban en contra de su relación. Si los padres de Sara se limitaban a soportarlo, la madre de Robert hacía todo lo posible por fastidiar a la posible nuera. Cuando nació el niño, los chicos pensaron que su abuela se ablandaría y se alegraría de la noticia. Por desgracia. La mujer estaba convencida de que Sarah había engordado al bebé. Dejó que los jóvenes padres fueran al cine, y ella misma se aprovechó de la situación y dejó al niño bajo la maternidad.
Así que esa es la historia. Lo más probable es que el niño nunca vea a su abuela.
