Un beso en la nariz

– Y yo digo que vayas”, insistió el gran cuervo. – Ve, te digo. Conozco a la gente. Este te llevará seguro.
Pero el sucio gato gris no podía decidirse.

– Soy viejo y feo y todo eso. Si lo quiere, cualquier gatito correrá hacia ella. Mira qué buena es. Cada vez que saca un sabroso trozo de pollo al patio y lo deja para los gatos y perros sin hogar. ¿Por qué necesita a un hombre tan viejo?

El cuervo se eriza las plumas y agita las alas.

– Es absolutamente imposible. Es frustrante hablar contigo. Con esa actitud no conseguirás nada.
Saltó del bordillo donde estaba sentada con su viejo conocido y, agarrándolo por la oreja, lo arrastró en dirección a una niña de unos ocho o diez años que estaba dando un paseo. Los otros niños estaban jugando en el patio, y ella…

Sacó varias golosinas de una pequeña bolsa, llamó a los gatos y les dio de comer. Luego, tras retroceder un poco, dio las sobras a dos graciosos perritos.

El viejo y sucio gato gris intentó obstinadamente sacar su oreja del pico del cuervo. Pero éste se empeñó en tirar de él en una dirección. El gato chilló. Empezó a dolerle de verdad.

La muchacha se levantó y miró lo que sucedía.

– Ay!”, gritó. – ¡Le va a arrancar la oreja!
Y corrió a separar, como ella pensaba, al gato y al cuervo que luchaban.

El astuto pájaro observaba a la chica por el rabillo del ojo derecho. Entonces, cuando ella corrió cerca, simplemente saltó a un lado y voló hasta el gran arce que se extendía.

La niña pelirroja con pecas en la cara agitó las manos con indignación en dirección al pájaro volador.

– ¡Fuera, fuera, cuervo feo! – gritó. – ¡No te atrevas a hacerle daño! – y, en cuclillas, comenzó a acariciar al gato gris.
Éste levantó la vista y ronroneó.

– Eres muy bueno -dijo la pelirroja, lo levantó y lo llevó hacia la casa.
– Bueno. ¿Qué sentido tenía discutir? – refunfuñó el cuervo. – Te dije que sabía juzgar el carácter.
Una semana más tarde, se abrió una ventana en el cuarto piso, cerca del gran arce en expansión.

El cuervo llevaba mucho tiempo esperando esta ocasión. Inmediatamente se sentó en el alféizar de la ventana junto a un hermoso y esponjoso gato.

– Hola.
– Hola, – respondió el viejo conocido.
– ¿Qué se siente al vivir en una casa? ¿Y ser alimentado y acariciado?
– Mucho. – respondió el gato gris. – Mucho. No sé ni cómo agradecértelo. Pero todavía estoy preocupada. Que me echen a la calle otra vez. Me gustaría poder hacer alguna hazaña…
Se quedó callado un rato y suspiró.

– Bueno, ¿cómo puedo agradecértelo?
– Y tráeme esa cosa brillante de ahí y estaremos en paz -dijo el cuervo.
Ya había visto el hermoso reloj chapado en oro que estaba sobre la mesa, cerca de la cama de la pelirroja.

El gato gris se sintió avergonzado.

– No voy a robar -dijo-. – Es mi chica. ¿Cómo podría hacerlo? Me quiere y me acaricia. Se lo llevó a casa. ¿Y quieres que le robe el reloj? Mejor, le llevaré un trozo de bollo.
Y saltó por la ventana y corrió a la cocina, donde había un gran bollo blando sobre la mesa.

Pero cuando volvió con un trozo de bollo entre los dientes, el cuervo ya no estaba en la ventana.

Ofendido, decidió el gato, y suspiró con fuerza. ¿Y por qué no entiende que robar a su chica – no es bueno?

Pero el cuervo no se ofendió. Voló a un lago muy lejano. Estaba en lo alto de las montañas y tardó un día entero en llegar, pero…

Pero allí crecían flores absolutamente sobrenaturales. Nadie conocía el lago, excepto los cuervos. Era su lugar secreto. Pero la flor. Una flor…

Al anochecer, cuando la gata estaba tumbada en el alféizar de la ventana y dormitaba, un cuervo entró en la habitación con cautela y colocó la flor en la almohada de la niña. Apenas tuvo tiempo de salir volando de la habitación y sentarse en el extenso arce.

La niña entró en el apartamento sin aliento después de jugar en el patio con sus amigos. Decidió acariciar a su gato, pero entonces…

Su mirada se posó en su almohada. Se quedó helada de admiración.

– ¿Cómo? ¿Cómo has conseguido bajar del arce y encontrar una flor tan bonita? ¿Cómo logró semejante hazaña?
El gato agitó los ojos en su sueño y trató de averiguar qué estaba pasando. Pero la niña pelirroja no esperó. Corrió hacia él, lo cogió en brazos y lo besó en la nariz. Luego lo puso en el alféizar de la ventana y se asomó al gran árbol que se extendía, y entonces…

Entonces sus ojos se posaron en un cuervo sentado en una de las ramas, observándolos. La niña sonrió y lo saludó con la mano, como si fuera un amigo suyo.

– Tiene mucho trabajo que hacer -refunfuñó el cuervo-. – Siempre tiene problemas con ese gato.
Era hora de irse a la cama. La niña cerró la ventana, cogió a su gato y lo llevó a la cama.

La vieja gata gris miró por encima del hombro al cuervo sentado en la rama y sonrió. También quiso agitar la pata hacia ella, pero no funcionó, pero de nuevo. Ya habría tiempo de volver a hablar. Mañana.

Ahora, todas las mañanas, antes de ir a la escuela, la niña abre la ventana y deja un pequeño cuenco de gachas u otras golosinas en el alféizar, y el cuervo vuela para merendar.

Y entonces ella y el gato mantienen conversaciones íntimas…

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