Pedro levantó la mano para despedirse:
Bueno, Rosario, ¡me voy! Tranquila, ya haré la transferencia del dinero a mamá.
La puerta se cerró tras él y Rosario se dejó caer en el taburete, rompiendo en llanto de repente.
Mamá, ¿qué te pasa? apareció en la cocina su hijo. ¿Qué ocurre?
Nada respondió ella, avergonzada por su debilidad. No es nada grave, hijo, solo estoy de mal humor y echo de menos a los niños. Juan y Cristina están con los abuelos.
No contestó firme Domingo. Por el mal humor no se llora así, y con los hermanos hablas todos los días por teléfono. Ya no soy pequeño, mamá, entiendo algunas cosas.
Rosario miró a su hijo de dieciséis años, que ya la superaba en altura, y sin querer soltó en voz alta lo que ni siquiera se atrevía a admitir ante sí misma:
Creo que tu padre nos va a dejar pronto añadió, respondiendo a la mirada interrogante del chico. Me está engañando. Lleva casi medio año…
Domingo no supo cómo reaccionar. Pensó que quizá su madre había tenido un mal día en el trabajo o una pelea con una amiga. Pero esto… ¿su padre? ¿Cómo podía pasar algo así? Sintió el enfado subir por su pecho, y su madre lo notó:
Domingo, no es para tanto. Son cosas de adultos, ya lo entenderás más tarde. Tu padre es bueno, pero el corazón no se puede controlar.
Aunque lo decía, Rosario no se creía sus propias palabras. Le daban ganas de gritar, de romper cosas, pero en lugar de eso intentaba convencer a su hijo mayor de que perdonara y comprendiera a su padre. Aun así, el chico apretó los puños:
¡Que se vaya, podemos vivir sin él! ¿Por qué nos juró lealtad si iba a hacer esto?
Hijo, dices que ya no eres pequeño, pero actúas como un niño. Todos tenemos derecho a equivocarnos, ¿no? Tu padre caerá en la cuenta de que esto es solo un capricho pasajero, que su familia siempre ha sido y será lo primero…
Mamá el “maduro” Domingo de pronto se emocionó, ¿por qué hizo esto? ¡Ahora no podré respetarlo igual que antes!
Todo se arreglará, hijo Rosario le acarició la mano. Pero no se lo digas a tus hermanos, ¿vale?
Tú tampoco Domingo se secó las lágrimas. No queremos que su fe en el hermano mayor fuerte e invencible se venga abajo.
Rosario miró el reloj:
¿No tenías entrenamiento hoy?
Domingo saltó del taburete:
¡Joder, llego tarde!
Quedándose sola, Rosario se sumió en sus pensamientos. Hablando con su hijo aún podía razonar con frialdad, pero ahora, sintiéndose traicionada, volvió a llorar:
¿Cómo pudo echarlo todo a perder?
Cuando conoció a Pedro, era un chico despreocupado, rodeado siempre de chicas a las que llamaba “pajaritas”. Cuando Rosario le dijo que no quería ser “una más”, él respondió en serio:
¿Por qué “una más”? Serás la única, para toda la vida.
Y ella, tonta de ella, se lo creyó. ¡Diecisiete años juntos pensando que había tenido suerte! ¿Y él? A pesar de los tres hijos, de todo lo vivido “en las buenas y en las malas”, al final la traicionó.
Todo empezó hace medio año. ¿O quizá antes y no se había dado cuenta? No, seguramente… Hace seis meses los invitaron a una boda, la de su sobrino favorito. Rosario no pudo ir, pero dejó que Pedro fuera, diciendo que no podía faltar. Él puso alguna excusa, pero al final, ¿cómo decir que no? La hermana se ofendería, la familia empezaría a preguntar… Más tarde, Rosario vio las fotos de la boda en redes sociales y notó que una chica se pegaba demasiado a Pedro. Le dolió, incluso hizo algún comentario, pero él, distraído, respondió:
¿Qué? ¿Qué chica? Ah, seguro una amiga de la novia. No sé por qué se me pega, pero en serio, Rosario, ¡no es nada! ¿Me estarás celando? sonrió. ¡Vaya! Y ni siquiera es mi tipo.
Ella le creyó, porque la chica no era su estilo, ¡eso lo sabía! Pero una semana después empezaron las llamadas raras, los silencios al teléfono. Rosario se lo comentó:
Me llaman, no dicen nada, solo suspiran. ¡Hasta las “pajaritas” de Domingo deben de estar detrás de ti!
Tras esa queja, las llamadas cesaron, pero Rosario no lo relacionó con su conversación. Lo entendió mucho después… cuando Pedro, amante de los vaqueros y los jerséis, de repente empezó a llevar traje, camisa y corbata, sin mencionar que dejó el agua de colonia barata por un perfume caro. Y al mismo tiempo, las horas extra en el trabajo se multiplicaron… Cuando Rosario le preguntó qué pasaba, él contestó sin dudar:
Rosario, tenemos un proyecto estratégico. No sé cuánto durará, pero después… cerró los ojos, soñador, ¡después lo tendremos todo! Vacaciones donde quieras, ese abrigo de piel que querías, y a Domingo le compraremos un patinete eléctrico o incluso un quad. Aguanta, ¿vale?
Desde ese día, Pedro no solo llegaba tarde, sino que a veces desaparecía los fines de semana. Justo cuando se preparaban para ir al campo, sonaba el teléfono y él ponía cara de culpable:
Rosario, me llaman del trabajo. Es urgente, ya sabes…
Ella quiso encontrar a esa chica de las fotos, tirarle del pelo, arañarle la cara, pero ni siquiera intentó averiguar su nombre o dirección para no caer en la tentación.
Seis meses de esto la convirtieron en una neurótica. Con gente o con los niños aún se contenía, pero sola, se derrumbaba. Hoy, tras hablar con su hijo mayor, tomó una decisión:
Tengo que hablar con él. Hay que hacer algo para que Domingo no acabe odiando a su padre.
Pero Pedro se adelantó. La llamó y la invitó a un restaurante:
Rosario, tenemos que hablar. Mejor sin los niños.
Ella sonrió con tristeza: no quería escándalo, sabía que en público ella jamás se dejaría llevar.
Primero pensó ir vestida normal, ¿para qué arreglarse? Luego barajó presentarse directamente del huerto, ¡para que le diera vergüenza! Pero media hora antes cambió de idea:
¡Tengo que estar más guapa que nunca! Que vea lo que pierde.
El taxista la miró por el retrovisor. Al pagar, le soltó de pronto:
¡Una mujer tan guapa y tan triste! No te preocupes, todo saldrá bien.
El inesperado halago le subió un poco el ánimo. Rosario entró al restaurante sonriendo. Pedro tenía una rosa en la mano, y eso la sorprendió: si iba a dejarla, ¿para qué una flor? ¿Un símbolo para la tumba de su amor? Incluso se rio por dentro. ¿Desde cuándo tenía pensamientos tan dramáticos?
Cenaron hablando de trivialidades. Por dentro, Rosario estaba como un muelle a punto de saltar. Al final, no aguantó más:
Pedro, dijiste que había que hablar…
Él asintió:
Cierto. En resumen, Rosario, es esto hizo una pausa, como buscando valor. He pensado… ¿Te importaría si este año no vamos de vacaciones, ni compramos el abrigo ni el quad?
El muelle estaba a punto de estallar, pero Pedro continuó:
Hoy nos han pagado casi el doble, con bonus. Domingo ya tiene 16, pronto