Prueba de paternidad

James miró el apartamento sin saber qué hacer. Nada parecía haber cambiado, las cosas estaban en su sitio. Sólo había un silencio inusual y un orden perfecto.

James se estremeció. Sacó un sobre del bolsillo y lo miró fijamente.

“A quién le importa lo que diga ahora”. – Pensó James. – “Ahora no importa”.

Sus cavilaciones fueron interrumpidas por una llamada telefónica.

– Hijo, ¿ya tienes el resultado de la prueba? – habló mi madre con impaciencia. – ¿Qué pasa?

– Lo tengo. Pero aún no he abierto el sobre.

– ¿Cómo? – Se sorprendió mamá. – Aunque ya lo sé. No es tu hija.

– Siempre lo sabes todo -refunfuñó James.

Hubo una larga pausa.

– ¿Qué pasa? No me hagas esperar. – gritó su madre al teléfono.

James se quedó con la mirada perdida en la ventana. Una hoja se le cayó de las manos y cayó al suelo. Los gritos de su madre salieron del teléfono. No pudo entender las palabras. James apagó el teléfono automáticamente.

Cuando nació su hija hace cinco años, James se sintió abrumado por la felicidad y el orgullo. Lo admiraba todo de ella. La forma en que dormía, cómo chasqueaba los labios, cómo arrugaba caprichosamente su pequeña nariz. ¡Princesa!

Mi hija tenía unos bonitos ojos marrones y el pelo oscuro, casi negro. James era rubio de ojos azules y su mujer era morena. James estaba muy contento porque ahora tenía dos chicas a las que quería.

– Sabes, Denis, mi hija no se parece en nada a ti -susurraba a menudo mi madre-. No tiene nada de ti. No es nuestro tipo, no es nuestro tipo.

– Y qué”, decía James, “es como su madre. No hay ninguna diferencia.

Mamá apretó los labios y arrugó la frente.

Ya sabes, el agua también corta las piedras. Con el tiempo, James empezó a mirar con atención a su hija. Observó sus gestos y expresiones faciales, su forma de andar. La sospecha se apoderó de su corazón.

Después de cuatro años, ya estaba plenamente convencido de que no era su hija. La irritación y la desconfianza hacia su mujer eran muy difíciles de ocultar. La familia empezaba a romperse.

– James”, su mujer estaba perpleja, “¿qué te pasa? Siento que no me quieres. Y tu hija, ¿qué te ha hecho? ¿Por qué te desquitas con ella? Es insoportable.

James dio un portazo y se fue con su madre. Ella le dio un té y tuvieron una larga discusión sobre la situación.

– No podemos seguir así”, se lamentó mi madre, “deberías hacerte una prueba de paternidad. No hagas el ridículo. He tenido un bebé y te lo he dado. Y tú creces y lo alimentas.

– Mamá, no sé cómo decírselo -murmuró James-, habrá un escándalo, lágrimas. No soporto las lágrimas.

– Tienes que seguir adelante, – insistió mamá, – Una vez que tengas que soportarlo. Pero después del divorcio, no tendrás que pagar la pensión alimenticia. Sólo se sentará en tu cuello y te colgará las piernas.

Después de un año de este tipo de conversaciones, James se decidió. No hubo escándalo. La esposa se quedó de pie durante mucho tiempo, mirando a su marido con los ojos ligeramente dilatados por el horror. Luego, en silencio, sin decir nada, recogió sus cosas.

– Mañana nos reuniremos y haremos la prueba -susurró-. Y nos quedaremos con mis padres.

– Iremos a casa de mi abuela. – La hija se alegró y aplaudió. – Papá, ¿vienes con nosotros?

– No, gatita, papá se quedará en casa. Tiene mucho trabajo, – suspiró su mujer.

– Si es mi hija, vuelve. Viviremos como antes -les gritó James.

Los días siguientes pasaron como una niebla. James no se encontraba esperando. Su mujer no llamaba. James intentó marcar su número, pero su mano se detuvo a mitad de camino. El apartamento vacío, sin los gritos de alegría de su hija, sin el olor a comida cocinada, lo aplastaba e irritaba.

“¿Por qué he hecho todo esto?” – Se reprendió a sí mismo. – “Las parejas viven, crían a los hijos de otras personas. Es triste estar en casa sin mi hija. ¿Pero cómo podía confiar en mi mujer? Ella me engañó. Pero es muy malo sin ellos. Deberíamos vernos, hablar”.

La esposa no vino por los resultados de las pruebas. James estaba muy sorprendido.

“Así que no es mi hija, estaba avergonzada”. – Reflexionó en el camino a casa. – “Tal vez ella es sólo tarde. Es tan desorganizada. Debería llamarla”.

Su mujer contestó enseguida.

– James, no me vuelvas a llamar. He pedido el divorcio. Sólo verás al niño a través del tribunal.

– ¡Así que tengo razón! – exclamó James. – Tienes miedo de mirarme a los ojos.

La mujer no contestó nada y colgó.

James se agachó y recogió un papel del suelo. Volvió a leerlo en voz alta.

– La probabilidad de paternidad es del 99,9999%.

Cogió distraídamente el teléfono y marcó a su mujer.

– Soy el padre -murmuró con culpabilidad-. Vuelve, empecemos de nuevo. Estábamos bien juntos.

– No, James.

– ¿Por qué no? La prueba demostró que soy el padre. – El chico se quedó perplejo.

– James. No pasaste la prueba. Prueba de paternidad.

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