Primera Impresión: El Impacto Inicial en la Cultura Española

Primera Impresión

Mamá, te presento a Lucía dijo Javier con cierto nerviosismo al mostrar a la joven que traía a casa a una hora tan intempestiva.

Buenas noches respondió Carmen, mirando con desaprobación a la visitante inesperada. ¡Qué hora tan encantadora para las presentaciones! Casi medianoche…

Yo le dije a Javier que era demasiado tarde se defendió Lucía al instante, pero ¿me escucha? ¡Es más terco que una mula!

«Bien jugado», pensó Carmen, amargada. «Se justifica y lo pinta como un tirano. No cae bien esta chica.»

Pasad, entonces suspiró antes de retirarse a su habitación sin añadir nada más.

¿Qué podía hacer, al fin y al cabo? ¿Echar a su único hijo en mitad de la noche? ¿Por una desconocida? Si querían vivir juntos, allá ellos. Una madre está para proteger a su hijo y abrirle los ojos. Y Carmen se encargaría de ello pronto. Javier echaría a su novia de donde viniera, sin remordimientos. ¡Incluso se sentiría aliviado!

Toda la noche, Carmen rumió su plan para sacar a Lucía del piso.

No, no se oponía al matrimonio de Javier. A sus treinta años, ya era hora de que formara una familia.

¡Pero no con ella!

Para empezar, era mucho más joven. Prueba de que tenía la cabeza llena de pájaros.

¿Una esposa así? ¿Una madre? ¿Una ama de casa?

Además, su actitud lo decía todo: aparecer en casa ajena a una hora inapropiada, ¡sin siquiera disculparse! Encima, había osado culpar a su querido hijo sin motivo…

¡Y para colmo, se había quedado a dormir!

¿Era la primera vez que lo hacía o una costumbre?

En fin. Carmen, simplemente, no la soportaba.

Así que Javier acabará sintiendo lo mismo.

¿Para qué perder el tiempo con ella?

El plan se volvió innecesario.

Lucía misma le dio todas las oportunidades para poner las cosas en su sitio.

La primera señal sonó por la mañana.

Se encerró en el baño… durante una hora.

Javier, impotente, daba vueltas por el piso, cada vez más enfadado.

Cariño, ¿qué te pasa? preguntó Carmen con una dulzura exagerada. La chica se arregla, quiere gustarte…

¡Pero tengo que ir a trabajar!

Entonces llama a la puerta, explícale que no está sola aquí sugirió su madre.

Sería incómodo masculló. Lo hablaremos más tarde. Y tú, mamá, ¿no llegarás tarde?

¿Yo? No. Llevo lista desde hace rato. Mira, he hecho tortitas. Ven a desayunar.

¡Ni siquiera me he lavado!

Pues hazlo después. De momento, no pierdas tiempo: come algo, necesitas fuerzas para el día.

Javier se sentó a la mesa.

Entonces, Lucía salió del baño, con una toalla en la cabeza, radiante.

¡Por fin! exclamó Javier, precipitándose hacia el espejo empañado.

Se lavó a toda prisa, se afeitó rápido, devoró una tortita en tres bocados y, ya en la puerta, dijo:

¡Hasta esta noche! Espero que os llevéis bien.

¡Javier! lo llamó Lucía. Hoy íbamos a buscar mis cosas.

Iremos. Esta noche. ¡No te aburras! Su voz ya resonaba en las escaleras.

Carmen se levantó, cerró la puerta tras su hijo, se giró hacia Lucía y preguntó secamente:

¿No te da vergüenza?

No respondió la joven, sonriendo. ¿Debería?

¡Javier llegará tarde por tu culpa!

No llegará. Seguro que coge un taxi. No se preocupe, todo irá bien.

Sea como sea, recuerda esto: no estás sola aquí. Si quieres usar el baño una hora por la mañana, levántate antes. Por suerte hoy no trabajo.

No volverá a pasar dijo Lucía simplemente. Disculpe.

Carmen se quedó boquiabierta. Esperaba una pelea, pero…

Bueno, vale refunfuñó, dirigiéndose al baño.

Lo primero que vio fue un tubo de pasta de dientes nuevo, abierto cuando el anterior no se había terminado.

Lucía, ¿por qué has abierto otra pasta?

Me gusta más esta.

¿Traerás la tuya, espero? ¿Y tu champú?

Claro, señora Méndez…

¡Y tus toallas!

Las traeré…

A pesar de sus intentos por provocar una discusión, Lucía no mordió el anzuelo. Asentía a todo, asentía educadamente, “tomaba nota” de sus futuras obligaciones.

Sin argumentos, Carmen pasó al ataque directo.

¿Por qué has venido aquí?

Javier y yo nos queremos…

¡Claro que lo quieres, un chico así! Pero yo no entiendo: ¿qué ve él en ti?

No se lo he preguntado…

¿Y tus padres?

Mi madre es costurera.

¿Y tu padre?

Nunca lo conocí.

Ya veo. Una niña sin padre. ¿Y cómo piensas ser una buena esposa para mi hijo?

Haré lo posible…

Por mucho que lo intentes, no funcionará. Mi hijo no te quiere. Solo cree que te quiere. ¡Yo lo conozco! ¡Y nunca se casará contigo! ¿Por qué iba a hacerlo? Ya te tiene a sus pies.

Él me quiere susurró Lucía, con la voz temblorosa. Estoy segura.

Te engañas. ¿Crees que eres la primera?

No… pero eso no importa…

¿No importa? ¡Se cansará de ti en una semana! ¡No estás a su altura! ¿La inteligencia te suena?

Sí. Pero aquí la palabra no es la adecuada.

¿Y por qué no?

Tengo un título universitario.

¿Y qué? Mira, chiquilla, vete a tu casa. Este no es tu lugar. Llevo toda la mañana intentando hacértelo entender, pero no quieres escuchar.

Vale, me iré. Pero ¿qué le dirá a Javier? No le gustará.

¡Eso no es asunto tuyo! Vete y no vuelvas. No eres bienvenida.

Carmen se sorprendió de su propia crueldad. Nunca imaginó decir algo así. Las palabras ácidas salían sin control.

¿Y Lucía?

La joven la miraba, comprendiendo perfectamente.

Su madre estaba celosa. Apenas se conocían, y ya el odio crecía. Y esto solo era el principio…

La puerta se abrió de golpe: Javier volvía antes de lo esperado.

¿Tan pronto? se irritó Carmen, que esperaba ver a Lucía desaparecer antes de su regreso.

¡Me dejaron salir! exclamó él, feliz. Les dije que tenía un asunto familiar. ¿Lo oyes, Lu? ¡De familia!

¿Qué asunto? gruñó Carmen.

¡Vamos a registrar nuestra unión en el ayuntamiento y luego a buscar sus cosas! ¡Lu, prepárate!

Carmen, con el corazón encogido, entendió que había perdido mucho más que una batalla: quizás había arruinado para siempre su oportunidad de ser abuela.

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